viernes, 9 de abril de 2010

CAPITULO V: COMO TRABAJA

Raramente hemos visto a una persona que, siguiendo el camino
recorrido por nosotros, no haya tenido éxito en su lucha contra el alcohol.
Los que no se restablecen son personas que no pueden o no quieren
someterse completamente a este simple programa. Son por lo común
hombres y mujeres que por naturaleza son incapaces de ser sinceros
consigo mismos. Hay esta clase de desafortunados. No es su culpa,
parecen haber nacido así. Su naturaleza no les permite adoptar y
desarrollar una forma de vivir que exige una rigurosa honestidad. Sus
posibilidades de restablecerse son limitadas. Aunque son individuos que
sufren graves anomalías emocionales y mentales; sin embargo, muchos
de ellos se restablecen si son capaces de ser honestos y sinceros.
Nuestras historias revelan lo que éramos, lo que nos sucedió y lo que
ahora somos. Si usted, lector, quiere lo que nosotros

tenemos y está dispuesto a todo para obtener nuestros resultados, estará
dispuesto a avanzar por pasos.
Al principio, algunos de estos pasos no fueron aceptados por nosotros.
Pensábamos poder encontrar un camino más fácil, más cómodo. Mas
esto fue imposible. Con toda la energía y honestidad que poseemos, le
rogamos no tener miedo y ser sincero desde el comienzo. Varios de
nosotros han intentado aferrarse a sus viejas ideas y el resultado ha sido
cero hasta que las abandonan.
Recordemos todos que tenemos que tratar con el alcohol ¡astuto,
desconcertante y potente! Sin ayuda, es demasiado para nosotros. Pero
hay un Ser que tiene todo el poder, y este Ser es Dios. ¡Te deseamos
que lo encuentres ahora!
Las medidas parciales no nos ayudaron. Estuvimos en el punto decisivo
de nuestra vida. Pedimos ayuda y protección a Dios, abandonándonos
completamente a Su voluntad.
He aquí los pasos que seguimos y que proponemos como programa de
recuperación:
1) Admitimos nuestra impotencia ante el alcohol y que nuestras
vidas se habían vuelto incontrolables.
2) Llegamos a creer que un Poder más grande que nosotros podría
devolvernos la razón.
3) Tomamos la decisión de confiar nuestra voluntad y nuestras
vidas al cuidado de Dios, tal como lo pudimos concebir.
4) Procedimos a hacer un inventario moral profundo y sin miedo de
nosotros mismos.
5) Admitimos frente a Dios, frente a nosotros mismos y frente a
otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestras culpas.
6) Consentimos plenamente que Dios eliminase todos los defectos
de nuestro carácter.
7) Nosotros Le pedimos humildemente que hiciese desaparecer
nuestras deficiencias.
8) Hicimos una lista de todas las personas a las que habíamos
dañado y decidimos hacer enmiendas a todas ellas.

9) Hicimos enmiendas directamente a tales personas, en cuanto
nos fue posible, excluyendo aquellos casos en que, al hacerlo,
hubiéramos podido dañarlas a ellas o a otras personas.
10) Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando
nos encontrábamos en culpa, de inmediato lo admitimos.
11) Buscamos, a través de la oración y la meditación, mejorar
nuestro contacto consciente con Dios, como nosotros pudimos
concebirlo, rogando sólo que nos hiciera conocer Su voluntad con
respecto a nosotros y que nos diera la fuerza para cumplirla.
12) Habiendo conocido una experiencia espiritual como resultado
de estos pasos, tratamos entonces de transmitir este mensaje a
otros alcohólicos y de poner en práctica estos principios en todos
los actos de nuestra vida.
Muchos de nosotros exclamaron: ¡Es demasiado difícil! ¡Yo no voy a
llegar!" No se desanime. Nadie de nosotros ha podido poner en práctica
estos principios a la perfección. No somos santos. Lo que cuenta es que
nosotros estemos dispuestos a progresar según los principios
espirituales. Nosotros hemos buscado progreso espiritual mas que
perfección espiritual.
Nuestra descripción del alcohólico, el capítulo que dedicamos a los
agnósticos, nuestras experiencias antes y después de la recuperación,
ponen en evidencia tres puntos bastante claros :
a) Que éramos alcohólicos e incapaces de controlar nuestras
vidas.
b) Que probablemente ninguna fuerza humana hubiese podido
salvarnos del alcoholismo.
c) Que Dios podía y quería hacerlo si Lo buscábamos.
Finalmente convencidos, estábamos en el Tercer Paso, que habla de
todo lo que es necesario para el abandono de nuestra voluntad y nuestra
vida al cuidado de Dios. ¿Qué tratamos de decir con esto ? ¿Y que
hacemos exactamente para abandonarnos a Él ?
El primer requisito es el convencimiento de que una vida conducida de
acuerdo con la propia voluntad e independencia raramente puede tener
éxito. Sobre esta base casi siempre nos encontramos en conflicto con
alguien o algo, aunque nuestros motivos sean buenos. La mayor parte de
los hombres trata de vivir basándose en su propia energía personal.
Cada persona es como un actor que pretende dirigir la representación

total: las luces, la danza, los actores, el escenario, siguiendo sus propios
gustos. Si sus órdenes se siguieran y si los otros sólo se apegaran a sus
deseos, el espectáculo sería perfecto. Todos estarían satisfechos,
incluso él. La vida sería magnífica. En sus esfuerzos por poner todo en
orden, nuestro actor quizá pueda mostrarse a veces muy virtuoso. Puede
ser afable, simpático, cortés, generoso, indulgente, modesto y altruista. Y
también puede ser egoísta, deshonesto y agresivo. Como todas las
personas en este mundo, es probable que tenga una personalidad con
múltiples facetas.
¿Qué ocurre normalmente? El espectáculo no se desarrolla muy bien y
nuestro actor comienza a creer que el ambiente en el que vive no lo trata
como él piensa que se merece. Decide hacer esfuerzos más grandes
para tener éxito. Se vuelve más exigente o más amable, según sea el
caso. No obstante, el espectáculo ahora no le gusta. Admite que tal vez
tiene alguna culpa, pero piensa que los demás son más culpables. Se
irrita, se indigna y se desprecia. ¿Cuál es su problema fundamental? ¿No
es verdad que trata de alabarse a sí mismo, aun cuando trata de ser
gentil? ¿No es víctima de la ilusión de que se puede lograr dicha y
satisfacción en este mundo con la sola condición de saber cómo hacerlo?
¿No es evidente para el resto de los actores que esto es lo que él
quiere? ¿Y no es cierto que todo eso incita a los otros a vengarse,
retirando lo mejor del espectáculo? Aun en sus mejores momentos, ¿no
crea él más confusión que armonía?
Nuestro actor es un egocéntrico y un ególatra. Es como un rico
pensionado que pasa bien el invierno bajo el sol de Florida, lamentando
el desastre financiero en el que se encuentra su nación; es como un
predicador que suspira con horror por los pecados del siglo XX; es como
el político y el reformador que afirma que seguramente la Utopía se
realizaría si los demás se comportaran bien; y como el ladrón que fuerza
cajas de valores mientras piensa que la sociedad se ha comportado mal
con él; y como el alcohólico que ha perdido todo y se recupera tras de
cuatro paredes. Cualesquiera que sean nuestras protestas, ¿no es
verdad que la mayor parte de nosotros estamos preocupados por
nosotros mismos, por los propios resentimientos, y no hacemos más que
conmiserarnos?
Egoísmo y egocentrismo. He aquí la causa de nuestras penas. Llevados
pormúltiplesformasdetemor,miedo,preocupaciones,
autoconmiseración, pisamos a los otros y ellos reaccionan. A veces nos
hacen daño, sin que haya mediado una provocación de nuestra parte;
pero si reflexionamos sobre cuánto hemos hecho, podremos reconocer
que dimos motivos suficientes para provocarlos, porque bajo nuestro
egocentrismo y nuestra autoconmiseración no pensamos mas que en
nosotros, sin preocuparnos de los demás.

En el fondo pensamos que la causa de nuestros problemas somos
nosotros mismos. Ellos surgen de nuestro interior. Y el alcohólico es el
ejemplo típico de una voluntad sin freno, aunque la mayor parte de las
veces no se dé cuenta. Antes que todo, los alcohólicos debemos
desembarazarnos de nuestro egoísmo, si no el egoísmo nos mata. Dios
nos da la posibilidad. A menudo la experiencia nos enseña que no nos es
posible abandonar nuestro egoísmo sin Su ayuda. Muchos de nosotros
tuvimos muchas convicciones morales y filosóficas, pero no pudimos
ponerlas en práctica aun cuando lo deseábamos. Ni tampoco pudimos
con nuestra solas fuerzas reducir nuestro egoísmo, por mucho que
deseáramos o tratáramos. Necesitamos la ayuda de Dios.
He aquí el cómo y el porqué de nuestro método. Antes que nada tuvimos
que dejar de comportarnos como si fuésemos Dios. Este modo de ser no
funcionó. Después decidimos que en este drama de la vida Dios fuese
nuestro Director: ¡Él sería el Director y nosotros sus agentes! Él es el
Padre y nosotros somos Sus hijos. La mayor parte de las buenas ideas
no son complicadas, sino simples, y este concepto ha sido la llave de
este arco del triunfo por el cual hemos pasado para reencontrar nuestra
libertad.
Tomada esta resolución con sinceridad, comprendimos que en torno
nuestro acaecían cosas maravillosas y que teníamos un nuevo Patrón.
En Su omnipotencia, Él nos proveía de lo que necesitásemos, a
condición de que estuviéramos cerca de Él e hiciésemos bien Su trabajo.
Llenos de fe en Él, nos fuimos interesando menos en nosotros mismos,
en nuestras pequeñas ideas y en nuestros proyectos. Más y más
interesante era aportar una contribución a la vida. Mientras sentíamos
que nos inundaba una nueva fuerza, gozábamos una profunda paz del
espíritu y cuando descubrimos la posibilidad de encarar la vida con éxito,
cuando tuvimos conciencia de Su presencia, comenzamos a perder
aquel miedo del hoy, del mañana y del porvenir que siempre habíamos
tenido. Habíamos nacido por segunda vez.
Aquí nos encontramos entonces en el Tercer Paso. Varios de nosotros
se dirigieron a su Creador, tal como ellos lo entendían, con la siguiente
plegaria: Oh, Dios, te ofrezco todo de mí para que Tú puedas rehacerme
de nuevo y hagas de mí lo que quieras. Libérame de la esclavitud del
egoísmo, para que yo pueda cumplir tu Voluntad. Aleja de mí las
dificultades, de suerte que mi victoria sobre ellas sea un testimonio de Tu
fuerza, de Tu amor y de Tu modo de vida para aquéllos a quienes yo
haya ayudado. Haz que yo pueda hacer siempre Tu voluntad."
Largamente reflexionamos antes de pasar esta etapa, ya que queríamos
estar bien dispuestos; queríamos estar seguros de que, al fin, podíamos
abandonarnos a Él completamente.

Descubrimos que era bueno afrontar este paso de crecimiento espiritual
junto con alguna persona comprensiva, ya fuera la esposa o un buen
amigo o el director espiritual. Mejor es encontrarse a solas con Dios que
con una persona que no comprenda. La selección de las palabras
evidentemente que depende de nosotros: lo importante es que se
exprese claramente lo que uno intente afirmar. Es solamente el inicio,
pero si se comienza con humildad y honestidad el camino hacia el
abandono a Dios, de inmediato se tienen resultados, a veces bastante
grandes.
Enseguida nos encaminamos en una carrera de vigorosa actividad, cuyo
primer paso es un inventario personal, una limpieza de nuestra
conciencia, que muchos de nosotros ni siquiera habían intentado hacer.
Aunque la decisión tomada fue crucial y determinante, comprendimos
que no podía haber un efecto duradero si no era seguida por un
constante y continuo acto de voluntad de enfrentar y liberarnos de todos
nuestros impedimentos. La necesidad de beber no era más que un
síntoma. Por lo tanto, debíamos atacar las causas y los motivos.
Para tal fin, como dijimos arriba, comenzamos el inventario personal. Era
el Cuarto Paso de nuestro crecimiento espiritual. Un negociante que no
hace regularmente el inventario de las mercancías, está destinado al
fracaso. Hacer un inventario comercial consiste en reconocer los hechos
y examinarlos. Se busca conocer bien las mercancías en almacén. Uno
de los fines de la operación es determinar cuáles son las mercancías
dañadas o invendibles. Entonces hay que liberarse de ellas prontamente
y sin lamentarlo. Si un negociante está interesado en el éxito, no puede
engañarse sobre cuánto hay en la tienda.
Hicimos un inventario semejante de nuestra vida, y lo hicimos
sinceramente. Al principio buscamos las imperfecciones de nuestro
carácter que causaron nuestro fracaso. Convencidos de que el egoísmo
es la causa de nuestra ruina, consideramos sus manifestaciones más
comunes.
El resentimiento es el enemigo número uno". Este sentimiento destruye
más alcohólicos que cualquier otra cosa. Da lugar a todas las formas de
enfermedad espiritual; hay que admitir que estábamos afectados no sólo
mentalmente y físicamente, sino también espiritualmente. Por lo tanto,
cuando el mal espiritual ya no existe, nos recuperamos física y
mentalmente. Para examinar nuestros resentimientos, los escribimos
sobre una hoja. Hicimos la lista de las personas, de las instituciones o de
los principios que suscitaban nuestra cólera. Nos preguntamos por qué
nos enojábamos. Encontramos que la mayor parte del tiempo nos
sentimos heridos o amenazados en nuestro amor propio; nuestras
ambiciones, nuestra cartera, nuestras relaciones personales

(comprendidas aquí las sexuales) estaban en peligro y amenazadas. Eso
nos hacía sufrir y también encolerizarnos.
En la lista de nuestros resentimientos también apuntamos, al lado de
cada nombre, la naturaleza de nuestra herida, preguntándonos qué
aspecto de nuestra vida había sido afectado: ¿nuestro amor propio,
nuestra seguridad, nuestras ambiciones, nuestras relaciones personales,
nuestras relaciones sexuales?
En general, nuestra descripción era tan precisa como la siguiente:
[1][2]
Tengo resenti Causa
miento hacia
Sr. Guzmán. Sus atenciones para con mi mujer.
[3]
Puntos heridos de mi
personalidad
Relaciones conyugales
ysexuales.Mi
autoestima (miedo).
Relaciones sexuales.
Amor propio (miedo).
Seguridad financiera.
Amor propio (miedo).
Relaciónpersonal.
Amor propio (miedo)
Amor propio (miedo).
Seguridad financiera.
Sra.
Castañón.
Mi patrón.
Mi mujer.
Le dijo a mi mujer que tengo una
amante.
Guzmán podría tomar mi puesto
en la oficina.
Es una loca; me rechazó internó a
su marido por beber. Él es mi
amigo. Ella es una chismosa.
IrrazonableInjusto-Exige
demasiado - Amenaza con
correrme por beber demasiado y
por aumentar mi cuenta de gastos.
No me comprende, me critica. Le
gusta Guzmán. Quiere que ponga
la casa a su nombre.
Orgullo.Relaciones
personales y sexuales
Seguridad (miedo).
Así, hicimos una revisión de nuestras vidas, con la máxima exactitud y
honestidad. Al terminar nuestra tarea estudiamos con cuidado lo que
habíamos descubierto. La cosa más evidente fue que este mundo y
quienes lo habitan están llenos de errores y de defectos. Una buena
parte de nosotros llegó a la conclusión de que eran los otros quienes
estaban equivocados. Resultaba, naturalmente, que ellos
continuaban causándonos mal y que nosotros continuábamos
conmiserándonos. Luego de los remordimientos seguía la
autoconmiseración. Pero entre más luchábamos y más tratábamos de

arreglar las cosas según nuestro punto de vista, más se embrollaba la
situación. Como en la guerra, nuestra victoria era sólo aparente.
Nuestros momentos de triunfo tenían una escasa duración.
Una cosa es clara : aquél que viva en el resentimiento profundo, acaba
por llevar una existencia fútil y desdichada. Y cuando dábamos desahogo
a nuestro resentimiento, desperdiciábamos minutos preciosos. Mas para
el alcohólico, cuya esperanza es conservar y mejorar una experiencia
espiritual, este rencor el resentimiento es extremadamente grave.
Encontramos que es fatal. Cuando alimentamos ciertos sentimientos,
impedimos que los rayos del Espíritu toquen nuestro espíritu. Regresa la
locura del alcohol y volvemos a beber. Y, para nosotros, beber equivale a
morir.
Si queremos vivir, es necesario liberarnos de la cólera. No va bien con
nosotros la impaciencia, ni los excesos mentales y pasionales. Quien es
normal puede permitirse estos lujos, pero, para el alcohólico, tales
estados de ánimo son veneno.
Regresamos a la lista que habíamos hecho, ya que, según nosotros,
contenía la llave del porvenir. Estuvimos dispuestos a examinar esta llave
desde un punto de vista completamente nuevo. Entonces comenzamos a
comprender que el mundo y sus habitantes en verdad nos dominaban.
Siendo así las cosas, las acciones de otros, reales o hipotéticas, tenían el
poder para matarnos. ¿Cómo podíamos escapar de esta suerte?
Comprendimos que debíamos dominar los resentimientos, pero ¿cómo?
No teníamos mayor control sobre nuestros resentimientos, igual que nos
ocurría con el alcohol.
Este fue nuestro modo de proceder: nos dimos cuenta de que las
personas que nos infligían males estaban espiritualmente enfermas,
como lo estábamos nosotros. Pedimos a Dios que nos diera el espíritu de
tolerancia, de benevolencia y de paciencia que hubiésemos mostrado
con un amigo que estuviese enfermo.
Cuando alguien nos ofendía con su comportamiento, nos decíamos a
nosotros mismos: Es una persona enferma. ¿Cómo podré serle útil?
¡Que Dios me preserve de la cólera! ¡Que Tu voluntad se cumpla, oh
Señor!"
Evitamos la venganza o las discusiones. Con las personas enfermas no
nos comportaríamos así. Si lo hiciéramos, destruiríamos toda buena
esperanza de ayudar a los demás. No podíamos ser útiles a todos, pero
Dios nos mostraría cómo tratar a todos y a cada uno con dulzura y
tolerancia.

Volvamos a nuestra lista. Enfrentamos resueltamente nuestros errores,
poniendo completamente aparte los males que otros nos habían hecho a
nosotros. ¿Cuándo habíamos sido nosotros los egoístas, los
deshonestos, los miedosos? Aunque no hubiéramos sido del todo
responsables de una cierta situación, tratamos de olvidar el papel hecho
por las otras personas. ¿Cuándo habíamos sido nosotros los culpables?
Hicimos el inventario de nuestro comportamiento, no el de los demás.
Una vez descubiertos nuestros errores, los pusimos en una lista. En
blanco y negro estaban ante nuestros ojos. Admitimos honestamente
nuestros errores y expresamos la voluntad de corregirlos.
Si se observa el ejemplo descrito arriba, se notará que la palabra miedo"
está escrita entre paréntesis cuando se trata de las dificultades
relacionadas con el señor Guzmán, la señora Castañón, el patrón y la
esposa. Esta palabra, así de corta, tiene que ver con todos los aspectos
de nuestra vida. El tejido de nuestra existencia fue corroído por este hilo
temible y diabólico; puso en movimiento tantas circunstancias que nos
trajeron desgracias, que pensamos que no merecíamos. Pero, ¿acaso no
éramos nosotros los que habíamos dado la patada inicial? Hemos
llegado a pensar a veces que el miedo puede ser clasificado como el
robo, en cuanto causa y multiplica los problemas.
Examinamos con toda precisión nuestros miedos. Los catalogamos por
escrito, aunque no hubiesen estado acompañados de resentimiento. Nos
interrogamos sobre su causa. ¿No era que nuestras fuerzas nos habían
fallado? La confianza en nosotros era buena, pero no pudo llegar lo
suficientemente lejos. Ni el problema del miedo, ni ninguno de los otros
problemas que padecíamos, pudo ser vencido con la confianza en
nosotros mismos. Es más, cuando esta virtud nos hacía sentirnos
orgullosos, todo empeoraba.
¿Existe un método mejor? Así lo creemos, pues ahora tenemos otros
fundamentos: la confianza en Dios y el abandono a Sus cuidados. Más
que fiarnos de nuestro yo limitado, ponemos nuestra confianza en un
Dios infinito. Estamos en el mundo para desempeñar el papel que Él nos
asignó. En la medida en que hagamos lo que creamos que El quiere y
humildemente dependamos de Él, nos capacitará para enfrentar con
serenidad la desgracia.
Jamás nos excusamos ante nadie por depender de nuestro Creador.
Podemos reírnos de aquéllos que consideran la espiritualidad como la
vía de la debilidad. Al contrario, es la vía de la fuerza. La historia ha
demostrado que fe es sinónimo de coraje. Todos los hombres de fe han
tenido coraje. Tienen confianza en su Dios. En ningún caso nos
excusamos a causa de Dios. Nosotros mejor Le dejamos demostrar, a
través de nosotros, lo que Él puede hacer. Nosotros Le pedimos que nos

libere de nuestro miedo y que nos haga ver lo que quiere de nosotros. A
partir de ahí sentimos al temor alejarse de nosotros.
Llegamos ahora a la cuestión sexual. Varios de nosotros tuvieron
necesidad de una reforma en ese campo. Pero, antes que todo, tratamos
de ser sensibles al respecto, ya que es muy fácil extraviarse. Es un punto
sobre el cual las opiniones son diametralmente opuestas, y van también
hasta extremos absurdos. Por una parte, están aquéllos para quienes las
relaciones sexuales no hacen más que satisfacer las necesidades de
nuestra naturaleza interior y no responden exclusivamente más que a la
sola necesidad de procrear. Por otra parte, están aquéllos que siempre
demandan más y más sexo, y que deploran la institución del matrimonio.
Ellos consideran que la mayoría de los problemas del género humano
son, en el fondo, problemas de orden sexual. Para ellos, o nuestras
relaciones sexuales no son lo suficientemente frecuentes o no son
buenas. Todo les parece revelar la vida sexual. Para algunos, la pimienta
de la vida debería prohibirse; para otros, sólo la pimienta debería contar.
No queremos entrar en esta controversia. No queremos ser los árbitros
de ninguna actitud frente a la sexualidad. Todos nosotros tenemos
problemas de sexualidad. No seríamos seres humanos si no los
tuviésemos. Pero ¿cómo resolverlos ?
Analizamos nuestra conducta de años pasados. ¿Cuándo habíamos sido
egoístas, deshonestos o desconsiderados? ¿Le habíamos hecho daño a
alguien? ¿Habíamos sido, sin un motivo válido, la causa de celos, de
sospecha o de amargura para otras personas? ¿Cuándo habíamos
actuado mal en ciertas situaciones? ¿Cómo debimos habernos
comportado? Transcribimos todo, lo clasificamos y nos pusimos a
estudiar el resultado.
Al estudiar nuestra conducta, intentamos trazarnos para el futuro un ideal
de vida sexual que fuese sano y realista. Para cada relación nos hicimos
la siguiente pregunta: ¿Habíamos sido o no egoístas? Le pedimos a Dios
que nos ayudara a moldear un ideal y a actuar de acuerdo con el mismo.
Siempre llevábamos en la mente que nuestra facultades sexuales nos
habían sido dadas por Dios y que, por consiguiente, no podían ser malas;
pero que no podíamos utilizarlas a la ligera o egoístamente, ni tampoco
debíamos despreciarlas o tenerles aversión.
Cualquiera que sea el ideal adoptado, debemos siempre estar dispuestos
a crecer hacia el mismo. Debemos estar dispuestos a hacer enmiendas
por los daños que hayamos causado, siempre que esta reparación no
cause daños aun más grandes. En otras palabras, tratamos la cuestión
sexual como todas las demás. En nuestra meditación le pedimos a Dios
lo que debemos hacer ante cada situación examinada. La buena
respuesta nos será dada si nosotros lo deseamos.

Sólo Dios puede ser el juez imparcial de nuestra situación en materia
sexual. A menudo es útil consultar con otras personas, pero nosotros
dejamos a Dios el juicio final. Nos damos cuenta de que, cuando se trata
de cuestiones sexuales, podemos encontrar a personas demasiado
rigurosas o demasiado indulgentes. Evitamos las ideas o el consejo de
personas histéricas.
Supongamos que no alcancemos a llegar a la meta ideal que nos
fijamos. ¿Vamos a beber, por lo tanto? Hay quienes comparten esta
opinión. Pero esto no es más que una verdad a medias. Todo depende
de nosotros y de nuestros motivos. Si lamentamos nuestro error y
tenemos el deseo sincero de dejar que Dios nos guíe hacia lo que sea
mejor, creemos que seremos perdonados y que habremos aprendido
nuestra lección. Si no nos arrepentimos de nuestra conducta pasada y
seguimos tranquilamente haciendo el mal a los demás, es verdad que
volveremos a beber. Esta no es una teoría. Son hechos aprendidos con
nuestra experiencia.
Para regresar de manera sucinta al problema del sexo, sinceramente
rezamos para conocer nuestro comportamiento ideal en este terreno,
para obtener ayuda en situaciones dudosas, el sentido común y la fuerza
para hacer lo que esté bien. Si nuestra vida sexual nos causa graves
penas, nos ponemos una vez más a servirle a otros. Pensamos en sus
necesidades y tratamos de ayudarlos para que las satisfagan. Eso nos
obliga a salir de nosotros mismos. Nos calma los deseos imperiosos,
cuya satisfacción significaría sufrimiento.
Si verdaderamente hemos hecho un inventario exhaustivo, escribimos
mucho. Enumeramos y analizamos nuestros resentimientos. Empezamos
a comprender su futilidad y el peligro mortal que representaban.
Comenzamos a ver lo terriblemente destructores que son. Comenzamos
a aprender lo que son la tolerancia, la paciencia y la buena voluntad
hacia nuestros semejantes y también hacia nuestros enemigos, a los que
empezamos a ver como seres enfermos. Hicimos la lista de las personas
que nuestra conducta había lastimado y estuvimos dispuestos a reparar,
si era posible, el daño que les habíamos causado en el pasado.
En este libro ha leído usted una y otra vez que la fe ha hecho por
nosotros lo que no pudimos hacer por nosotros mismos. Esperamos
haberlo convencido de que Dios puede liberarnos de toda forma de
voluntad personal, de eso que nos apartaba de Él. Si usted ya ha tomado
una decisión en lo que a Él concierne y ya ha hecho un inventario de sus
debilidades más graves, ha tenido un buen comienzo. Así, ha absorbido
y digerido algunas grandes verdades sobre usted mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario