viernes, 9 de abril de 2010

CAPITULO III: MAS ACERCA DEL ALCOHOLISMO

La mayoría de nosotros rechazaba admitir que éramos verdaderos
alcohólicos. En efecto, no es agradable para nadie pensar que
mentalmente y físicamente se es diferente a los demás. No es entonces
de extrañar que nuestras vidas de bebedores hayan estado marcadas
por innumerables e inútiles tentativas para demostrar que podíamos
beber como todo el mundo. Ésta es la gran obsesión de todo bebedor
anormal : la idea de que algún día y él no sabe cómo llegará a beber
razonablemente y a encontrar placer al hacerlo. Es asombroso constatar

hasta qué punto puede persistir esta ilusión. Son muchos los que se
aferraron a ella hasta las puertas de la locura o de la muerte.
Aprendimos a aceptar, hasta lo más profundo de nuestro ser, que
éramos alcohólicos. Éste era el primer paso a tomar si queríamos
liberarnos. La ilusión de que somos como los demás o que alguna día lo
llegaremos a ser debe disiparse de inmediato.
Nosotros, hombres y mujeres alcohólicos, hemos perdido la facultad de
controlarnos ante el alcohol. Sabemos que un alcohólico verdadero
jamás encuentra este control. Claro que sí, todos nosotros tuvimos, en un
momento determinado, la impresión de que nos reponíamos. Pero estos
respiros, generalmente cortos, eran seguidos por una impotencia todavía
más grande que traía un abatimiento lastimoso e incomprensible.
Estamos convencidos de que los alcohólicos de nuestra categoría somos
presa de una enfermedad progresiva. A la larga, nuestro estado se
agrava sin cesar, jamás se mejora.
El alcohólico es como el inválido que no tiene ya piernas: jamás las va a
recuperar. No parece existir ningún tratamiento capaz de transformar en
seres normales a los alcohólicos como nosotros. Hemos probado todos
los remedios posibles, y a veces algunos nos han dado un momento de
respiro. Mas siempre les seguía la aparición de un estado aun más grave
que los anteriores. Los médicos que conocen el alcoholismo están de
acuerdo en que es imposible para un alcohólico convertirse en un
bebedor normal. Quizás algún día la ciencia aporte tal remedio, pero
hasta ahora esto no es posible.
A pesar de lo que podamos decir, numerosos son los verdaderos
alcohólicos que no creen pertenecer a esta categoría. Ellos se dejan
llevar por una esperanza engañosa y tratan por todos los medios de
demostrarse que son las excepciones a la regla y que son, por
consiguiente, bebedores normales. Estamos dispuestos a quitarnos el
sombrero ante la persona que, habiendo demostrado una sola vez que
era incapaz de controlar el alcohol, pudiese posteriormente consumirlo
de manera normal. Sólo Dios sabe los numerosos y pacientes esfuerzos
que hemos hecho por intentar beber ¡ como todo el mundo !
He aquí algunos de los métodos que intentamos: Beber solamente
cerveza; limitar el numero de copas; nunca beber solos; nunca beber por
las mañanas; beber solamente en nuestra casa; no tener alcohol en
casa; no beber durante las horas de trabajo; beber solamente en
compromisos sociales; cambiar de whisky a brandy; beber solamente
vino; estar de acuerdo en presentar nuestra renuncia si llegábamos a
emborracharnos en el trabajo; salir de viaje; dejar de salir de viaje; jurar o
simplemente prometer que no volveríamos a beber; hacer más ejercicio
físico; leer obras literarias adecuadas para encontrar

motivación; pasar algún tiempo en una finca de reposo en el campo o en
alguna clínica; estar de acuerdo en recibir tratamiento psiquiátrico. La
lista podría aumentarse hasta el infinito.
No nos gusta declarar que una persona es alcohólica; usted mismo
puede elaborar su propio diagnóstico:
Entre al bar más cercano y vea si puede beber razonablemente.
Asimismo, ensaye beber y detenerse súbitamente. Repita el experimento
varias veces. Pronto sabrá a qué atenerse si es honesto consigo mismo.
Quizás valga la pena arriesgarse a padecer un brutal acceso de
temblores, con tal de saber con seguridad cuál es nuestro estado.
Aunque no estemos en condiciones de comprobarlo, creemos que la
mayoría de nosotros habríamos podido poner fin a nuestro mal hábito
desde el principio. Sin embargo, pocos alcohólicos desean
verdaderamente dejar de beber cuando aún es tiempo. Hemos tomado
algunos casos de individuos que, a pesar de la manifestación indudable
de todos los signos de alcoholismo, tuvieron éxito al no beber durante
mucho tiempo gracias a un poderoso deseo de dejar de hacerlo. Les
damos aquí un ejemplo:
Un hombre de treinta años se emborrachaba mucho y muy seguido. Por
las mañanas se sentía excesivamente nervioso e intentaba calmarse
bebiendo otra vez alcohol. Además deseaba ardientemente triunfar en
los negocios, pero se daba cuenta de que no lograría nada bueno
mientras hiciera contacto con el alcohol, pues, una vez que empezaba a
beber, ya no podía detenerse. Tomó entonces la decisión de no tomar ni
una sola gota de alcohol hasta que hubiese triunfado en la vida y viviera
retirado de los negocios. Con una fuerza excepcional, este hombre
permaneció perfectamente abstemio durante veinticinco años y, después
de haber triunfado en el mundo de los negocios, se retiró a los cincuenta
y cinco. Como casi todos los alcohólicos, cometió el error de creer que,
en razón de su larga abstinencia y de su disciplina personal, podría beber
como los demás. Se puso sus pantuflas y abrió una botella. Dos meses
más tarde llegó a un hospital confundido y humillado. Durante algún
tiempo hizo esfuerzos para regular su modo de beber, al tiempo que se
internaba varias veces en el hospital. Poco después, reuniendo todo el
coraje de que era capaz, intentó cesar de beber completamente, sólo
para descubrir que no podía. Sin fijarse en gastos, consiguió todos los
medios posibles para combatir su hábito; pero todas sus tentativas
fracasaron. De complexión robusta en su retiro, su físico decayó
gravemente y murió cuatro años más tarde.
Hay en esta historia una lección importante. La mayoría de nosotros
creímos que, no bebiendo durante un buen tiempo, podríamos enseguida
beber normalmente. Pero aquí está un hombre que, a los cincuenta y

cinco años, se encontraba en el punto exacto en que estaba a los treinta.
Vimos demostrada una vez más esta verdad : Una vez alcohólico,
alcohólico para siempre." Cuando, después de un período de
abstinencia, regresamos al alcohol, estamos en el mismo estado grave
que antes. Si queremos renunciar a beber, debemos hacerlo sin ninguna
reserva, sin acariciar la sutil esperanza de estar algún día inmunizados
contra el alcohol.
Quienes son jóvenes pueden llegar a creer, a partir de la experiencia de
este hombre, que pueden detenerse, como él lo hizo, por medio de la
sola voluntad. Dudamos mucho que puedan tener éxito, ya que no lo
desean firmemente. A causa de la particular deformación mental del
alcohólico, ninguno tendrá éxito. Un gran número de miembros de
nuestra agrupación, personas de treinta años o menos, habían bebido
sólo durante unos pocos años; sin embargo, se encontraron tan
desprotegidos como aquéllos que habían bebido durante veinte años.
No es necesario haber bebido mucho tiempo ni haber ingerido las
mismas cantidades de alcohol que nosotros para estar gravemente
afectado. Esto es particularmente cierto para las mujeres. Las mujeres
del tipo alcohólico son a menudo atacadas por la enfermedad de manera
súbita y llegan al punto de no retorno en pocos años. Ciertos bebedores,
que se sentirían insultados por ser considerados como alcohólicos, se
asombran de su incapacidad para cesar su consumo de alcohol.
Nosotros, que estamos familiarizados con los síntomas de esta
enfermedad, encontramos que entre los jóvenes hay un gran número de
alcohólicos potenciales, por donde quiera que los observemos. Pero...
¡trate usted de que ellos se den cuenta!
Al lanzar una mirada al pasado, nos parece que seguimos bebiendo
mucho tiempo después de que pasamos el punto donde pudimos parar
sólo con nuestra voluntad. A aquél que se pregunte si ya franqueó ese
límite, nosotros le sugerimos que ensaye abstenerse de alcohol durante
un año. Si es un alcohólico verdadero y su alcoholismo está muy
avanzado, tiene pocas probabilidades de tener éxito. En los primeros
tiempos en que empezamos a beber, todas las veces teníamos éxito en
no beber alcohol por un año o más; después nos convertimos en
bebedores crónicos. Aunque, si una persona puede dejar de beber por
un corto tiempo, puede ser ya un alcohólico potencial. Estamos
convencidos de que será poco probable que aquéllos a quienes les
interese este libro puedan dejar de beber durante un año. Algunos de
ellos estarán ebrios al día siguiente de que tomen esa resolución; la
mayoría beberá en las siguientes semanas.
Aquéllos que son incapaces de beber moderadamente, se preguntarán
cómo podrían de dejar de hacerlo completamente. Damos por
descontado, desde luego, que el lector desea dejar de beber. Para saber

si alguien puede hacerlo sin una ayuda espiritual, es necesario saber
hasta qué punto ha perdido la capacidad de elegir si va a continuar o no
bebiendo. Fuimos muchos los que pensábamos que teníamos la fuerza
de carácter necesaria para poder hacerlo. Sentíamos la necesidad
absoluta de renunciar al alcohol para siempre. Y, sin embargo, nos fue
imposible hacerlo. El alcoholismo, ahora lo sabemos, posee esta
característica desconcertante, tal como la conocemos nosotros: no se le
puede dejar, no importa lo grande de la necesidad o el deseo.
Entonces, ¿qué debemos hacer para ayudar a nuestros lectores a
determinar por sí solos, y por su propio interés, si son de los nuestros? El
tratar de renunciar al alcohol durante un cierto tiempo es útil; sin
embargo, creemos tener un medio mejor para ayudar a aquéllos que
sufren de alcoholismo y, quizá también, a los médicos. Por esto vamos a
describir algunos de los estados mentales que preceden a una recaída,
pues es evidente que es ahí donde está el fondo del problema.
¿Qué pasa en la cabeza de un alcohólico que repite y repite la
experiencia fatal de la primera copa? Sus amigos que intentaron hacerlo
razonar después de una borrachera que lo ha llevado casi al borde del
divorcio o de la quiebra, se quedan siempre desconcertados al verlo
tomar de nuevo el camino al bar. ¿Qué hace? ¿En qué piensa?
Nuestro primer ejemplo es el de un hombre al que llamaremos Jim.
Además de tener una esposa y unos hijos encantadores, Jim heredó una
exitosa concesionaria de automóviles y su pasado como soldado de la
Primera Guerra Mundial es de lo mejor. Tiene éxito en las ventas. Goza
de la estima de todos. Hasta donde se le puede juzgar, es un hombre
inteligente, pero de carácter nervioso. Estuvo abstemio hasta la edad de
treinta y cinco años. Al paso de pocos años, sus excesos de alcohol lo
hicieron violento hasta el punto que se le tuvo que internar. A su salida
del psiquiátrico, se puso en contacto con nosotros.
Le participamos lo que sabíamos del alcoholismo y de la solución que
habíamos encontrado. Él decidió intentar. Se volvió a unir a su familia y
obtuvo un puesto de vendedor en la empresa que él había perdido a
causa del alcohol. Todo marchó bien por un cierto tiempo; sin embargo,
él no hizo nada por enriquecer su vida espiritual. Con todo su asombro,
se emborrachó seis veces en poco tiempo. Después de cada una de
estas recaídas, nosotros trabajábamos con él, tratando de investigar qué
había ocurrido. Reconoció que realmente era alcohólico y que su estado
era grave. Sabía que lo esperaba otra curación en el hospital psiquiátrico,
si hubiese continuado. Además, perdería a su familia, por la que sentía
tanto afecto.
A pesar de todo, volvió a beber. Le pedimos que nos relatara
exactamente como habían ocurrido las cosas. He aquí su relato: Me

presenté a trabajar el martes por la mañana. Recuerdo que estaba en un
estado de irritación debido a la idea de que no era más que un vendedor
del negocio que antes me había pertenecido. Tuve una diferencia con el
dueño, pero nada serio. Enseguida decidí visitar a uno de mis clientes
que vivía en el campo y que quizás se interesaría en comprar un coche
nuevo. Durante el trayecto, y debido a que sentía hambre, me detuve en
un restaurante donde también había un bar. No tenía ninguna intención
de beber. Quería comer sólo un emparedado. Medité en que quizás
podría encontrar ahí a algún otro cliente conocido, pues frecuentaba esta
clase de lugares desde hacía varios años. Había ido a ese lugar por
varios meses, desde que dejé de beber. Me senté en una mesa y pedí un
emparedado y un vaso de leche. Hasta ese momento no llegó a mi
mente la idea de beber. Pedí otro emparedado y decidí tomar otro vaso
de leche.
Repentinamente me pasó por la cabeza la idea de que si le pusiera un
dedal de whisky a mi leche, no me haría daño, ya que tenía el estómago
lleno. Ordené el whisky y se lo añadí a la leche. Tuve la vaga idea de que
no estaba siendo prudente, pero me tranquilizó el estar tomando el
whisky con el estómago lleno. La cosa iba tan bien que ordené otro
whisky, que naturalmente vacié en otro vaso de leche. Como me parecía
que no me hacía mal, pedí otro.
Fue así como Jim tuvo que irse de nuevo al hospital. Aquí estaba la
amenaza de internarlo, de perder su trabajo, su familia; y ya no digamos
los sufrimientos morales y físicos que el alcohol siempre le causaba. Que
estaba bien informado sobre su condición de alcohólico, lo estaba. No
obstante, todas las razones que tenía para no beber fueron fácilmente
descartadas con la idea insensata de que podría tomar whisky sin
peligro, ¡nada más si lo mezclaba con leche!
Como quiera que se le llame, no importa. Para nosotros, ésa es locura,
simple y llanamente. ¿Cómo podríamos llamar de otra manera a una falta
de juicio tal, a una falta de pensamiento tal?
Quizás crea usted que se trata de un caso extremo. Para nosotros es
algo común, ya que esta manera de pensar ha sido característica en
cada uno de nosotros. Hemos reflexionado acerca de estos hechos más
de lo que Jim lo hizo. Pero nosotros éramos siempre las víctimas de un
curioso fenómeno mental: paralelamente a nuestros argumentos
sensatos, algunos pretextos tan aberrantes como ridículos se nos ponían
enfrente para justificarnos al tomar la primera copa. Todos nuestros
demás razonamientos no bastaban para parar de beber. Estas ideas
insanas siempre triunfaban. Al día siguiente nos preguntábamos, con
toda sinceridad y honestidad, cómo había podido suceder todo eso.

En otras circunstancias, deliberadamente nos emborrachamos, creyendo
estar justificados por los nervios, la cólera, la inquietud, la depresión, los
celos o algún otro sentimiento de este género. Pero, aun en esta clase de
inicio, debemos aceptar que a esta justificación le faltaba cualquier base
razonable, desde el momento en que todo terminaba de ese modo. Nos
dábamos cuenta ahora de que, aun cuando comenzábamos a beber
deliberadamente, y no en forma fortuita, no habíamos reflexionado
seriamente en las enormes consecuencias que iban a resultar.
Nuestra forma de comportarnos ante la primera copa es tan absurda e
incomprensible como la de aquél que acostumbra atravesar la calle
cuando hay un tráfico incesante. Buscando emociones fuertes, le
encanta esquivar a los coches. Y a pesar de las advertencias de sus
amigos bien intencionados, se divierte con este jueguito durante años.
Hasta este punto, él pasa como un individuo loco con ideas muy extrañas
sobre cómo divertirse. Pero un día la suerte lo abandona y se lastima
ligeramente varias veces consecutivas. Una persona normal dejaría a un
lado esta peligrosa manía. Pero ahí lo tenemos, atropellado nuevamente
por un vehículo, mas esta vez le fracturaron el cráneo. En el curso de la
siguiente semana, al salir del hospital, un tranvía le rompe un brazo. Él le
dice a usted que ha resuelto no volver a lanzarse jamás al arroyo de la
calle, pero, al cabo de unas semanas, lo encontramos con las dos
piernas fracturadas.
Y por años y años continúa comportándose así prometiendo
continuamente que será prudente y que ya no volverá a atravesar la
calle. Finalmente, ya no puede volver a trabajar. Su esposa se divorcia
de él y nuestro amigo se convierte en el hazmerreír de todos. Intenta
todas las soluciones para quitar de su mente esta manía. Se hace
internar en un hospital psiquiátrico, con la esperanza de salir curado.
Pero el día en que deja el hospital, se precipita contra un camión de
bomberos que le rompe la columna. Es necesario estar loco para actuar
de este modo, ¿no cree usted ?
¿Considera usted que este ejemplo es demasiado exagerado o casi
ridículo? ¿Le parece así? Nosotros, que hemos pasado por duras
pruebas, estamos obligados a admitir que se podría contar la misma
historia, sustituyendo esta pasión por el peligro con el hábito de beber. La
narración nos describiría exactamente. A pesar de todo lo expertos e
inteligentes que podamos ser en otros campos, por lo que respecta al
alcohol somos personas que nos comportamos verdaderamente como
seres afectados por locura. Es muy crudo hablar así, pero ¿no es cierto?
Algunos de ustedes pensarán: Sí, eso que nos dice es verdad, pero no
se aplica enteramente a nuestro caso. Estamos de acuerdo en que
presentamos algunos de esos síntomas, mas no hemos llegado a los
extremos de ustedes y hay pocas probabilidades de que nos ocurra igual,

pues luego de oír lo que se nos ha contado, hemos entendido muy bien
el peligro de nuestra situación y no vamos a exponernos a que esas
cosas nos ocurran. El alcohol no nos ha hecho perder todo en la vida y,
además, no tenemos la intención de llegar hasta ese punto. ¡Gracias por
la información!"
Este razonamiento es válido para ciertas personas que no sean
alcohólicas y que, aunque beban desordenadamente, pueden parar de
beber o disminuir la cantidad de alcohol, debido a que sus mentes y su
físico no se han dañado tanto como ha ocurrido con nosotros. Pero el
verdadero alcohólico, o aquél que está por serlo, sin excepción será
absolutamente incapaz de cesar de beber por el simple hecho de que
tenga un cierto conocimiento de sí mismo. Queremos insistir en este
punto una y otra vez para que pueda entrar en la cabeza de nuestros
lectores alcohólicos, ya que esta verdad la hemos aprendido pagando al
precio de crueles experiencias. Pasemos ahora a otro caso.
Fred es socio de una importante firma de contadores públicos. Sus
ingresos son muy altos, posee una bella casa. Es feliz en su matrimonio
y sus hijos estudian una carrera prometedora en la universidad. Es una
persona tan agradable que tiene amistades por doquier. Fred es el
perfecto ejemplo del hombre de negocios que ha triunfado. Da la
impresión de ser estable, bien equilibrado. Sin embargo, es alcohólico.
Conocimos a Fred hace uno año en el hospital donde se recuperaba de
una crisis de convulsión alcohólica. Era la primera vez que le ocurría y se
sentía muy avergonzado. Lejos, muy lejos de admitir que era un
alcohólico, decía que había llegado al hospital para atenderse de
agotamiento. El médico le hizo comprender en tono enérgico que su
enfermedad era más grave de lo que él pensaba. Durante algunos días,
esta noticia lo deprimió. Decidió renunciar completamente al alcohol.
Jamás le llegó a su mente que, a pesar de su fuerza de carácter y su
posición social, no lo podría lograr. Fred no sólo se rehusó a reconocer
que era alcohólico, y hubiese estado aun menos dispuesto a aceptar una
solución espiritual a su problema. Le expusimos lo que sabíamos sobre
alcoholismo. Interesándose, reconoció que presentaba algunos de los
síntomas; pero estaba lejos de admitir que no iba a poder salir por sí
solo. Estaba seguro de que después de aquella experiencia humillante y
después de las nociones aprendidas al respecto, éstas bastarían para
mantenerlo a salvo por el resto de sus días. El conocimiento de sí mismo
resolvería su problema.
Por un cierto tiempo no tuvimos más noticias de Fred. Un día nos
enteramos de que había sido de nuevo hospitalizado. Esta vez padecía
severas convulsiones y prontamente dio instrucciones de que necesitaba
vernos. La historia que nos contó es una de las más instructivas, porque
habla de un hombre convencido de que debía dejar el alcohol, que había

dado pruebas de poseer un ingenio y una determinación extraordinarios
en todos sus actos y que no obstante estaba ahí, en una cama, postrado.
Escuchemos su historia: Me quedé muy impresionado por lo que ustedes
me habían dicho del alcoholismo y creía sinceramente que era imposible
que yo volviera a beber. Había tomado debida nota de sus advertencias
en cuanto se refiere a la locura súbita que se apodera de la mente ante la
primera copa; mas tenía la certeza, con todos los conocimientos
adquiridos, que eso no me podría ocurrir. Me decía que mi caso era
menos grave que el de ustedes; que tal como resolvía mis problemas
personales, yo triunfaría ahí donde ustedes habían fracasado. Me
parecía que tenía toda la razón en tener confianza y que bastaba tener
voluntad y mantenerme alerta.
Volví a mis negocios con aquel estado de ánimo y por un cierto tiempo
todo funcionó bien. No tenía ningún problema para rechazar el alcohol,
pero empecé a pensar que si no había exagerado la gravedad de mi
caso. Un día tuve que ir a Washington para presentar una información
contable a una oficina del gobierno. Tenía la oportunidad de viajar desde
que había cesado de beber: entonces no había nada de nuevo para mí
en ese viaje. Me sentía bien físicamente y no había tenido problemas
urgentes ni preocupaciones. Mi cita de negocios había sido todo un éxito.
Estaba contento y pensaba que mis socios también lo estarían. Un día
perfecto llegaba a su fin, no había nubes en el horizonte.
Fui a mi hotel y tranquilamente me cambié de ropa para la cena. Cuando
pasé el umbral del comedor me vino la idea de que podría acompañar
mis alimentos con unos cuantos cócteles. Esto fue todo y nada más.
Ordené entonces una bebida y mi cena. Después pedí que me trajeran
otra copa. Después de la cena decidí ir a pasear. A mi regreso al hotel
pensé que beber algo me haría bien antes de irme a la cama. Me dirigí al
bar y tomé una copa. Recuerdo haber bebido varias más esa noche y
muchas más la mañana siguiente. Tengo un recuerdo vago de haber
estado a bordo de un avión con destino a Nueva York y de haber
encontrado en el aeropuerto, ahí donde yo esperaba a mi esposa, a un
chofer de taxi simpático. El chofer me acompañó en mis idas y venidas
durante varios días. Me acuerdo muy poco de lo que dije o hice, o de
esos lugares a los que fui. Después llegué a esta estancia en el hospital
con sus terribles sufrimientos físicos y morales.
Una vez que estuve en condiciones de pensar, repasé cuidadosamente
esa noche en Washington. No sólo no me había cuidado, sino que no
resistí en absoluto beber esa primera copa. Esa vez no pensé en
absoluto en las consecuencias. Bebí esa primera copa con desenvoltura,
como si se tratase de un refresco de cola. Me acordé de inmediato de lo
que mis amigos de A. A. me habían dicho. Me habían prevenido que si
tenía el retorcimiento mental de un alcohólico, llegaría el día en que

volvería a beber. Me habían dicho también que si estaba a la defensiva,
algún día, bajo un banal pretexto, mis defensas iban a ceder. Y así fue.
Eso fue exactamente lo que ocurría, una y otra vez, pues todo lo que yo
había aprendido sobre el alcoholismo, no acudió a mi mente en esta
ocasión. A partir de ese momento lo supe: mi mente es alcohólica. Me di
cuenta de que la voluntad y el conocimiento de mí mismo no pueden
prestarme ningún auxilio en esos momentos extraños de la vida mental.
Nunca antes había podido comprender a las personas que decían que
algún problema las había doblegado. Entonces sí que los comprendí.
Fue un duro golpe.
Recibí la visita de dos miembros de Alcohólicos Anónimos. Sonriendo
algo que me molestó un poco me preguntaron si me reconocía como
alcohólico y si en verdad esta vez me daba por vencido. Respondí que sí
a ambas cosas. Me presentaron montañas de evidencias que
demostraban que el comportamiento alcohólico que había tenido en
Washington, era prácticamente incurable. Me citaron, por docenas, casos
similares al mío. Esta prueba acabó de extinguir la última chispa de
esperanza que me quedaba de salvarme por mí mismo.
Después me expusieron la solución espiritual y el programa de acción
que había tenido éxito con una docena de ellos. Aunque yo no practicaba
mi religión, encontré sus principios intelectualmente fáciles de asimilar.
Pero el programa de vida, así como era de razonable, lo encontraba muy
drástico. Veía, por ejemplo, que debería lanzar por la ventana tantas de
mis creencias fundamentales de toda la vida. No fue fácil. Sin embargo, a
partir del momento en que tomé la decisión de proseguir en este
programa, tuve la extraña sensación de haberme liberado de la condición
de alcohólico en la que antes me había encontrado. Los hechos lo iban a
demostrar.
Igual de importante fue el descubrimiento de que los principios
espirituales iban a solucionar todos mis problemas. Desde entonces se
me ha enseñado a vivir según un modo de vida infinitamente más
satisfactorio y, así lo espero, más útil que aquél de antaño. Mi vieja
manera de vivir no era ciertamente mala en sí, pero yo no cambiaría
ciertamente los mejores instantes del ayer por los peores de mi vida de
hoy. No regresaría jamás; aunque pudiese hacerlo. "
El testimonio de Fred es abundante en comentarios. Esperamos que su
ejemplo servirá a miles de personas como él. Fred no había sufrido más
que los primeros embates de la enfermedad. La mayoría de los
alcohólicos esperan a estar agonizantes antes de hacer algo para
solucionar su problema.
Numerosos son los médicos y psiquíatras que comparten nuestras ideas
sobre el alcoholismo. Uno que está asociado a un hospital conocido

mundialmente, le dijo recientemente a algunos de nosotros: En mi
opinión, tienen ustedes razón cuando dicen que el alcohólico medio está
enfermo de un mal generalmente incurable. En cuanto a ustedes dos, de
quienes he escuchado su historia, no me queda ninguna duda de que, de
no ser por una ayuda divina, ustedes no tenían la más leve esperanza. Si
me hubiesen pedido tratarlos en mi hospital, no los habría admitido, si me
hubiese sido posible hacer eso. Los enfermos como ustedes son
personas verdaderamente trágicas. Yo no soy muy religioso, pero tengo
un profundo respeto por su método, el cual busca curar el espíritu en
casos similares al suyo. En la mayoría de los casos no existe otra
solución."
Lo repetimos una vez más: El alcohólico, en ciertos periodos de su
existencia, no posee ninguna defensa mental contra la primera copa.
Salvo casos excepcionales, ni él ni ningún otro ser humano puede
proporcionarle los medios para defenderse. El auxilio debe venir de un
Poder Superior.

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